En el insti Relato

“ESAS COSAS”
- Yo si tuviese novia me la follaría - decía Mario, a lo que
Rodrigo contestaba:
- ¡Anda flipao!, si tú ni siquiera te has dado un morreo con la
Sonia esa de tu pueblo.
Los dos amigos salían del instituto cansados de la jornada
que había concluido con una charla de educación sexual que a
veces unos tipos muy enrollados venían a dar en la hora de
tutoría. Rodrigo ya había oído un par de veces como se desenrolla un preservativo o cómo no te puedes quedar embarazada
por compartir una toalla. A Rodrigo y a sus amigos estas charlas les parecían divertidas. Siempre se prestaban al cachondeo, sobre todo porque en las preguntas que hacía la gente de
su clase a veces se les escapaban detalles de su propia experiencia que les resultaban graciosos.
Al cruzar la verja del instituto uno de los tipos enrollados
le puso varios condones en la mano, exactamente cuatro, sin
que ni si quiera le diese tiempo a decir la embarazosa frase de
“Gracias, pero yo no gasto” o bien la de “Gracias, precisamente hoy iba a comprar” si alguna chica interesante andaba alrededor.
Unos pasos más adelante se despidió de su amigo Mario y
minutos después llegó a casa. Su madre, Silvia, estaba en el
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cuarto de estar con su hermano pequeño. Ella estaba leyendo
una de esas novelas rosa que tanto le gustaban y le ayudaban
a dispersar la mente de su intenso trabajo en su consulta psicológica. Lo que a Rodrigo más le divertía eran esas tapas de
colores chirriantes con una pareja de labios carnosos en medio
de un beso apasionado.
La madre dijo desde el sofá:
- Hola Rodrigo, ¿Cómo fue tu día?, por favor quita a tu hermano ese coche de juguete que se le acaba de caer una
rueda y se la puede tragar. Rodrigo lo hizo y sin dar tiempo a contestaciones continuó:
- ¿Qué llevas en la mano?
- ¡Ah! Condones, nos los han dado en la clase de educación
sexual. Contestó Rodrigo.
- ¡Qué bien! Como me gusta que os conciencien desde peque-
ños, bueno tu déjalos ahí encima de la repisa del hall que
luego los tiraré todavía tú eres un poco joven y además,
aquí no usamos “esas cosas”. - Aclaró la madre.
En estas palabras se notaba una cierta nostalgia de la
madre de que su hijo mediano ya comenzase a introducirse en
el mundo adulto. Silvia se levantó, besó a su hijo y salieron al
pasillo. Rodrigo se metió en su cuarto mientras Silvia se metía
en el suyo y decía:
- Ve lavándote las manos que Lola debe tener ya la comida a
punto.
Un segundo después se oía la cerradura de la casa abriéndose, el padre, Ángel, entraba en la casa con un animado “¡Hola
a todos!”, besó a su hijo pequeño y entró en la habitación conyugal. El día había sido bueno y vio a su mujer irresistiblemente atractiva mientras trataba de buscar un botón que se le
había caído debajo de la cama.
Dieciocho años casados le habían enseñado a complacer con
suma eficacia y sin pudores a su pareja. Se quitó la chaqueta
sigilosamente y deslizó una mano por debajo del vestido de su
mujer, a modo de hormiguita entre las piernas. La mujer sepercató de su presencia de una forma tan grata que solo le
permitió decir un escueto “Hola cariño” acompañado de una
leve carcajada. Ángel comenzó a acariciar su clítoris directa y
progresivamente sintiendo como su sexo se humedecía, sensación que siempre conseguía que su miembro se pusiera erecto.
Silvia se giró. Y, sabia ella también en su relación de pareja,
desabrochó rápidamente los botones de la camisa de su marido mientras mordía suavemente sus pezones, para luego recorrer la oreja de su marido con la lengua mientras revolvía el
pelo de su nuca. Se incorporaron y mientras Ángel se desvestía excitado repararon en el hecho de que la semana anterior
habían usado el último preservativo. Silvia que aun estaba vestida dijo.
- Un momento que tu hijo está hecho todo un machote... Y
un instante más tarde volvió con uno de los cuatro preservativos que Rodrigo había dejado en la repisa. Silvia lo colocó en el
pene de su marido ayudándose de sus labios y luego ella misma
introdujo el miembro en su vagina al mismo tiempo que Ángel
acariciaba sus nalgas y se miraban fijamente a los ojos sentados frente a frente expresando el placer es sus miradas.
Silvia alcanzó un orgasmo corto pero intenso inusualmente
antes que su marido, un segundo más tarde a él también le
sobrevino el placer esperado. Justo a tiempo para escuchar la
voz de Quique, el hijo pequeño, que anunciaba que la comida
estaba servida. La pareja se sonrió y se vistió rápidamente
mientras comentaban lo simpático que les resultaba utilizar en
sus relaciones los preservativos que le daban a su hijo en sus
clases de educación sexual.
Mientras se sentaban a la mesa llegó el primogénito de la
familia, Gabriel, se sentó y comieron. Una media hora más
tarde los miembros de la familia se fueron levantando según
fueron terminando, hasta que solo quedó
Gabriel y Lola, la asistenta, que recogía los platos. Desde
que la chica había llegado a la casa hace unos meses había existido una cierta atracción que siempre habían disimulado
tomando distancia o recordándose a si mismos la posición de
uno frente al otro.
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La cocina era estrecha y dos personas pasando entre la
encimera y la mesa de comer cabían con dificultad. Gabriel se
levantó para meter las sobras en la nevera, sus cuerpos se
rozaron cuando paso por delante de la pila donde Lola fregaba.
Gabriel dijo:
- Discúlpame, ya le he dicho a mi madre que deberíamos cambiar la mesa de posición, siempre andamos como sardinas
en lata. Volvió hacia la parte derecha de la cocina y el roce
fue aun más apetitoso. Cerró la puerta de la cocina y se le
ocurrió volver a por un vaso de agua.
- Ya no te molesto más solo voy a por un vaso de agua. - Se
disculpaba mientras atravesaba de nuevo el erótico estrechamiento.
Al volver con el vaso de agua Lola no notó su presencia y se
dispuso a girar con lo que Gabriel derramó algo de agua sobre
la camiseta de Lola. Sus pezones, contraídos ahora, se adivinaban a través de su camiseta. Pasar por última vez se convirtió
en algo irresistible. Ahora a Lola se le escapó una pequeña carcajada.
- No me digas que ahora tienes sed otra vez. -Dijo la
muchacha. En la última vuelta de lo que ya se había convertido
en un juego erótico Lola notó el miembro erecto de Gabriel en
la parte baja de su espalda. Se giró y se besaron apasionadamente. Gabriel la aupó sobre la vitrocerámica mientras ella se
deshacía de su camiseta. Entonces él recorrió con la punta de
su lengua su cuello, su pecho y su ombligo hasta llegar a su clí-
toris que estimuló con su legua varia veces. Lola, loca de placer, le susurró al oído:
- Anda, corre a por un condón a tu cuarto. Eso hizo Gabriel,
pero en el camino reparó en la presencia de los condones de la
repisa sin preguntarse que pintaban ahí tales utensilios, cogió
uno y volvió a la cocina, ya sólo quedaban dos.
Encontró a Lola en la misma posición, ahora acariciando ella
misma su sexo mientras decía irónicamente:
- Rápido, que tu madre llegará de un momento a otro para
comprobar mi tarea.Gabriel deslizó el preservativo sobre su pene y la penetró,
los suspiros se disimulaban con el ruido de la televisión del
salón. Ambos llegaron al clímax tras un progresivo vaivén de
sus cuerpos. Gabriel succionó finalmente el labio de Lola y le
alcanzó su camiseta al tiempo que desaparecía.
En el cuarto de estar Silvia dormitaba con la novela rosa
sobre su regazo. Su marido la despertó y le dijo que había llegado el fontanero, que estaba en la cocina y que luego iría al
baño a revisar la cisterna. Ángel besó a su mujer y salió a trabajar otra vez.
Silvia había tenido un sueño erótico posiblemente propiciado por las novelas que leía. En su mente, sin saber por qué, de
repente el galán protagonista de sus sueños se cambió por el
fontanero. Ella era feliz con su pareja y se sentía muy satisfecha, pero a veces se sentía tentada a experimentar con alguna locura, en muchas ocasiones movida simplemente por la
curiosidad por la reacción del otro (curiosidad quizá incentivada por su profesión).
Fue al baño donde el fontanero debía dirigirse, se quitó el
vestido que llevaba y se acurrucó desnuda en la bañera vacía.
Minutos después el fontanero hizo su entrada en el servicio sin
reparar en la presencia de Silvia, solamente en su ropa tirada
en el suelo. Cuando estuvo cerca de la bañera, Silvia sopló
detrás de sus rodillas y el hombre se giró sobresaltado. La vio
acurrucada con el pelo suelto y el pecho desnudo y dijo tartamudeando:
- Disculpe, pensé que estaba libre. Mientras le alcanzaba su
ropa.
- Y libre estoy -Replicó Silvia. - ¿Estás tú libre? - Preguntó
mientras se incorporaba y bajaba los pantalones del fontanero, que fue incapaz de oponer resistencia. Su cuerpo olía
a sudor después de medio día de trabajo. Lo que le recordaba a Silvia a los caballeros de las novelas que leía tras
haber recorrido un largo camino en busca de su amada. El
fontanero, perplejo, se dejó hacer.
Silvia cogió su pene con las dos manos y comenzó a acari-
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ciarlo sentada sobre el filo de la bañera, que estaba frío y
hacía contacto con su clítoris, lo que secretamente excitaba la
situación. Silvia ahora aumentó el ritmo de las caricias mientras ella intuitivamente también se balanceaba cerrando los
ojos y emitiendo un ronroneo. Ronroneo que confirmaba lo placentero de la situación, además de excitar aun más al fontanero, que dejó caer su llave inglesa y se dispuso a tocar a la
mujer en un intento de devolver el placer recibido. Pero ella le
dijo:
- Por favor, salga un momento fuera y coja un preservativo
de la repisa de la entrada. ¡Necesito su pene dentro de mí!
Cinco segundos más tarde el fontanero volvió fiel a sus órdenes y dejó que las expertas manos de Silvia le colocaran el preservativo.
Fue cuando ella de repente consideró que su experimento
ya había llegado a su fin. Para su halago su conejillo de indias
había sucumbido a sus encantos tal y como esperaba. Fue
entonces cuando dijo conteniendo una carcajada ante la imagen del hombre erecto con el preservativo puesto y los pantalones bajados:
- Gracias por arreglar el fregadero de la cocina. ¡Ah! Y revise la cisterna que a veces no tira. Cogió el vestido del suelo y
salió.
Rodrigo se estaba poniendo las playeras en su cuarto después de haber visto un rato la televisión. Se disponía a jugar
un partido de fútbol con sus amigos. Mientras se ataba los cordones pensó que cogería uno de los condones de la repisa y lo
guardaría en su cartera. Francamente, no pensaba que lo fuese
a necesitar en un futuro próximo. Si alguna vez había salido
con alguna chica nunca habían llegado tan lejos. Pero bien pensado era una precaución más. Y lo que más le animaba, a la hora
de pagar delante de una chica interesante podría dejarlo ver
disimuladamente para dar una idea de su supuesta intensa vida
sexual.
Salió de la habitación justo a la vez que su madre salía del
cuarto ya vestida. Fue a coger uno de los preservativos de la
entrada y no vio ninguno en la repisa. Preguntó a su madredónde habían ido a parar y ella, disimulando su asombro, ya que
ella solo sabía del uso de dos de ellos dijo:
- ¡Ah! Los tiré en cuanto llegaste, ya sabes que en esta casa
no usamos “esas cosas”. Rodrigo sin mayor disgusto salió de
casa.
La madre entró en el cuarto de estar para coger a
Quique, el hijo pequeño, y prepararlo para ir a una fiesta de
cumpleaños. Lo encontró jugando con el último de los preservativos que su hijo mediano había traído aquella misma mañana. Usaba la viscosa bolsita desenrollada a modo de túnel para
sus coches de juguete. Quique le dijo a su madre señalando el
preservativo rebosante de cochecitos:
- Mira mamá, hay atasco. Silvia sonrió.

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